miércoles, 21 de septiembre de 2011

Mariposas


Cae la tarde.
Una tibia brisa de fin de verano cambia de a ratos, el rumbo de la eterna lluvia de mariposas muertas.
Las alas iridiscentes lanzan tenues destellos a la luz del atardecer, y parece como si un sinfín de estrellas estuviera recorriendo el infinito barrio de edificios grises...

            El barrio al que pertenezco.

Suelo dedicar las últimas horas de la tarde a mirar como la gente arroja sus mariposas. Desde mi balcón, con una mezcla de nostalgia y tristeza (todavía no se cual de las dos sensaciones implica a la otra), intento olvidar todo el tiempo que ha pasado desde la ultima vez en que yo mismo liberara una mariposa.
Seres frágiles las mariposas. Mucho.
           
He liberado sólo unas pocas, de las cuales ninguna regresó. Tampoco tuve la suerte de verlas morir, como a menudo sucede con las que son sensibles a la luz del sol.
Si uno las ve morir al instante, ¡Ah!, uno muere un poco también. Carla, la chica del cuarto del edificio de enfrente vio como una pequeña chispa de dorado y verde que había cuidado desde que era una oruga gris, caía sin vida al tocarla un rayo tardío crepuscular.
Ella extendió un poco la mano; con un dedo delicado y blanco rozó al insecto apenas mientras caía, y el mismo sol atravesó unas lágrimas que se desprendieron de los ojos mustios de la mujer, y forjó pequeños prismas de color que se perdieron con la tarde.
Al menos algo bueno tiene verlas morir de inmediato, uno se evita el esperar que regresen y se ahorra todo un día de expectativa y sufrimiento; eso ya es algo, creo yo. A todas mis mariposas las liberé de mañana, y después me pasaba toda la tarde y la noche alterado e irritable, con mis esperanzas naciendo y muriendo a cada instante, desesperado, y solo.
Cada una de esas noches, terminó en desilusión.

Claro está que las mariposas sólo viven un día, y uno si quiere puede optar por no liberarlas, y guardárselas y disfrutarlas durante ese efímero y escaso día, y verlas morir a la mañana siguiente.
Si quieren un consejo: No hagan esto. El cautiverio no es para ellas, sufren mucho. Su día de vida se convierte en un día de tortura.
Cualquier duda que yo tuviera respecto al cautiverio de mariposas, me la quitó por completo un vecino mío.
Vino una mañana a mostrarme la mariposa que tenía. Era un hermoso ejemplar, grande y de vivos colores. Lo tenía en una cajita de cristal que había mandado a hacer especialmente para ella. Según me dijo entre susurros, (yo era la única persona del edificio en la que confiaba), pretendía que viviera mucho más que un día, y que la caja la separaría de los peligros del exterior.
Vivió casi una semana, si es que a eso se le puede llamar vivir.
Las alas se le marchitaron esa misma tarde, las arrastraba por el suelo de la caja como si fueran algas sin forma. Y de los hermosos colores sólo quedaron algunos tintes amarillos que asomaban entre grises putrefactos.
Así y todo, vivió cuatro días más. Al final había perdido las patas y las alas; solo era una especie de gusano deforme y gris, que manchaba la caja con una sustancia biliosa y pedacitos de su propio cuerpo, en cada convulsión de su patética agonía.
Creo que mi vecino nunca pudo perdonárselo. Perdió lo poco que le quedaba de sentido común, y nunca más tuvo una mariposa. Si pasan por aquí pueden ir a saludarlo. También van a poder ver la caja. No la suelta ni para dormir.

Hay que liberarlas. Duele.

Claro que cuando uno habla mucho, al final llega la ocasión de hacerse cargo de lo que dice. Hace unos días descubrí en el rosal que tengo en mi balcón, una oruguita que trepaba y masticaba una hoja particularmente rechoncha. Y ahora que el capullo se abre, me parece que la lluvia arrecia allá afuera, y que las gotas de caleidoscopio golpean a la puerta de mi corazón...


(Dibujos de Leilina)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso tu cuento!

Rodrigo Pagano dijo...

Gracias Diana!

Andre dijo...

precioso! lo disfrute mucho!

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