martes, 22 de noviembre de 2011

Indiferencia

A Carolina, que lo vio...

Ella.

Como un artículo más, decorando las calles mugrientas.

La figura se desdibujaba contra la pared llena de afiches despegados, emulada con la ropa hecha de retazos.

Un mundo de gente la ignoraba paseando, charlando, riendo o mirándola y reteniendo la imagen en sus mentes lo que dura un suspiro de piedad.

Reparé sin querer en un bulto que descansaba entre sus brazos. Descubrí a un niño ciego igual que ella.

Quieto igual que ella.

Ajenos y solos.

Un instante eterno estuve mirando, deseando que fuera realmente un objeto, un afiche vacío o una hoja al viento, y no una estatua de carne forjada en el dolor pulverizando mis trivialidades.

Pero el que atisba un poco tiene que mirar todo, o no habrá visto nada.

 De un lugar que se encontraba a unos metros -quizás a unos kilómetros- surgió una voz infantil:

-¡Mirá Mamá!, ¡Mirá!- dijo entre jadeos un chico que se acercaba corriendo.

La mujer atravesó el muro de inmovilidad y tanteando el vacío, tocó primero el autito de juguete que su hijo pretendía mostrarle y luego, sonriendo, le acarició la cabeza.

El chico miró a su madre y hermano, e intentó sonreír frente a los ojos acuosos, perdidos, que lo atravesaban fijos en el infinito. Después se sentó en la calle a respirar la materia de la que está hecha la soledad.

Aquello completó el cuadro. Yo, simplemente seguí caminando con la gente.

Los que pueden ver hacia la vereda de enfrente saben, que la verdadera soledad radica en no poder compartir nuestras desgracias.


Fotografía: Homeless (1860) de Oscar Gustave Rejlander

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Compre Felicidad

Parece ser que las únicas cosas de las que podemos disponer son aquellas cosas que hemos comprado. Eso nos da una falsa sensación de poder, que orbita alrededor del dinero y que hace que nos pongamos furiosos cuando algo por lo que hemos pagado, no resulta ser como imaginamos.

La absoluta falta de trascendencia en nuestras vidas, la angustia, el eterno intentar vivir en un presente placentero, hace que un colectivo que llega tarde, una sopa que viene fría en el restaurante o un equipo musical fallado desaten nuestra frustración. El sistema nos traiciona. No tenemos ni siquiera eso. No tenemos ningún tipo de control sobre nuestras vidas, ni sobre nuestras acciones.

La falsa sensación de elección es elegir qué comprar. La falsa sensación de definir el rumbo es decidir hacia qué lado saco una foto, mientras otros manejan el barco a su antojo. La falsa sensación de trascendencia es acumular bienes materiales que poder dejarle a nuestros descendientes. La vida se convierte en una fachada, en un disfraz, en un eterno presente de placer y acumulación y de acumulación por placer.

La sistemática eliminación del pasado tiene un objetivo, que imagino aún más perverso que el retratado por Orwell en 1984. En 1984 se modificaba el presente haciendo que un pasado cambiante ayudara a aturdir a las masas, retorciendo su memoria. El sistema actual procede a la total eliminación del pasado, y a la absoluta relativización del futuro. El pasado directamente no importa, no hay que modificarlo. El pasado no existe o en su defecto tiene la misma importancia de un manual de instrucciones. Tiene algún tipo de sentido utilitario, pero no más que eso. El futuro está infinitamente lejos y es incierto. Nada de lo que haga hoy podrá mejorarlo. El objetivo no es tener una masa obediente que haga todo lo que se le ordena. El objetivo es tener una mayoría inactiva. Absolutamente improductiva desde el punto de vista creativo.

El objetivo no es instalar la obediencia, es eliminar la voluntad. Es producir robots. El robot no obedece, así como no obedece una licuadora: es una máquina. No tiene iniciativa. Su pasado no es más que el camino tecnológico que llevó a generarlo y su futuro es el descarte por un modelo mejor.

martes, 15 de noviembre de 2011

Una temporada de lluvia


Decile al cielo que llore,
que estoy llorando.

que me tape la lluvia,
que me empape la cara,
que me lave el alma.

Decile nube, que venga,
que venga el agua.

Que me susurre el viento,
tranquilo…
tranquilo que todo al final se acaba.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Enfrente


Yo vivo Acá. Todos los demás, en la Vereda de Enfrente.
Acá no brilla nunca el sol, son los edificios. Demasiado altos.
Todo lo que tengo es oscuridad.

Y sombras.

Particularmente prefiero la oscuridad, cuando me encuentro en la oscuridad no pienso que hay un sol vedado para mi. Y en la noche, las tinieblas son para todos por igual.
Me gusta pensar que a la noche nuestras veredas se acercan; hasta que los cordones se rozan apenas, y parece que hay que dar solamente un saltito para estar del otro lado.
Pero... Apenas los rayos de la mañana acarician la Vereda de Enfrente; se muere la fantasía.
Porque ahí sí que brilla el sol, ¡Y cómo brilla!; ahí todo es dorado y hermoso, la gente buena y las mujeres… bellas. Y uno puede regocijarse viendo a las personas pasear, comprar y saludarse.

El día es terrible. Al dar el sol contra la calle, el asfalto parece fundirse y amenaza con correr como un río incandescente. Y nuestras veredas se alejan tanto como nuestros mundos, dejándonos las penumbras para que no sepamos de que color es nuestra piel. Para que tomemos conciencia de lo frío, lo oscuro y lo solitario que es vivir Acá, como vivo yo; debajo de un farol quemado.

En los términos correctos no estoy solo, somos varios los que vivimos de este lado, pero no nos interesamos; yo mismo sé que hay otros sólo porque los vi con el rabillo del ojo en un par de ocasiones.
En realidad, todos queremos mirar al frente. De día agudizando la vista para no perder detalle, y de noche con locas ideas de cruzar nuestra calle sin vuelta a la manzana.
Sabemos que es un sueño, poco más que un anhelo; no tengo que espiar a mis esperanzas perdidas para demostrármelo. Y no querría llevar mi oscuridad (mi vergüenza) y la palidez de éste lugar allí, en donde todo es glamoroso.
Somos parte del folklore, personas de un lugar que los adultos usan para asustar a los niños.

Quiero que llegue la noche, demasiada envidia y fascinación para este día. Quiero dormir un poco, quizás sueñe que ya no vivo Acá, y entonces veré al sol sobre mi cabeza, y podré ensayar eso que llaman sonreír.

Y quizás, quizás por unas horas; sea feliz.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Alba



El violeta del horizonte, desdibujaba la noche; desafiando al tiempo, negándose a desaparecer.
Arriba, sólo estrellas acompañando a la luna carcomida de sombra. Abajo, el tempestuoso susurro de las olas que esperan el sol para vestirse de verde.
En la arena oscura de la costa, las huellas crujientes se iban tatuando como débiles recuerdos; entre abrazos trenzando tinieblas intangibles.
Negrura compartida, con la promesa del alba. Alientos que se exhalan juntos y se unen en el fuego de la playa.
Calor, que se consumía en el aire salado; trayendo el arrullo del mar. 
Mentes que se pierden.
           
Letargo.
El silencio del océano que espera el sol.

Me fui con ella, por el lugar donde todavía se encontraba la noche. Buscando el tiempo perdido.
El agua iba a borrar nuestras huellas.
El día implacable traería la luz, y la luz siempre marca el final.



(Fotografìa tomada de chuckanutconservancy)

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